jueves, 28 de enero de 2010

Acertijo lingüístico

Aquí tienen un texto en una lengua incógnita. ¿Alguien sabe o puede adivinar cuál es?


lunes, 18 de enero de 2010

Lapsus cálami

Lapsus cálami es una locución latina que, según la RAE, significa literalmente “error de pluma”. Se emplea como locución nominal masculina con el sentido de “error involuntario que se comete al escribir”.

En el libro de 2666 hay una parte donde las correctoras de una editorial “se ponen a hablar de lapsus cálami, muchos de ellos recogidos en un libro publicado en París, titulado acertadamente Museo de errores, y otros seleccionados por Max Sengen, buscador de erratas
. Después las correctoras toman un libro (que no era el Museo de errores francés ni el de Sengen), cuyo título Archimboldi (uno de los personajes principales de 2666) no puede ver, y se ponen a leer en voz alta una selección de perlas cultivadas.

Con esa costumbre detectivesca que a veces tengo, me puse a investigar sobre el tal Max Sengen, pero no encontré nada que confirmara su existencia. En Google su nombre aparece 44 veces, de las cuales la mayoría hacen referencia al fragmento de 2666. Sin embargo, encontré dos referencias que son anteriores al libro de Bolaño. La primera es un libro de 2002 de una tal Gema Delgado, titulado Cómo documentar tu novela y cuyo contenido puede verse en Google Books. En ese libro, Delgado habla de una recopilación de lapsus cálami realizada por el austriaco Max Sengen en su Museo de errores y ofrece la misma lista que aparece en la novela de Bolaño. Pero también dice que fue una amiga la que le envió la lista por correo electrónico, por lo que creo que la fuente original es la segunda referencia que hallé en Google, que es aún más anterior. Se trata de un artículo del lexicógrafo y ortotipógrafo español José Martínez de Sousa publicado en 1998 en la revista Rinconete del Centro Virtual Cervantes. En dicho texto, Martínez de Sousa señala que a los lapsus cálami, en tipografía y bibliología, se les llama mochuelos, y suelen consistir en textos deshilvanados a causa de que el compositor del texto salta de una línea a otra y omite parte de aquel. A su vez, el corrector de pruebas lo deja tal cual por inadvertencia, y el texto sale impreso de esa manera que en ocasiones suscita una sonrisa o una carcajada. Después, nos ofrece una lista de lapsus célebres incluidos “hace tiempo en una obra llamada Museo de errores y publicada por un literato austriaco llamado Max Sengen”.

Es muy probable que Bolaño se haya basado en el texto de Martínez de Sousa; quizás éste sea el "libro" que sacaron las correctoras “cuyo título Archimboldi no pudo ver”. La lista de lapsus es prácticamente la misma y en el mismo orden. Lo raro es que, fuera de las referencias a la novela de Bolaño y las dos que mencioné, no encontré nada más acerca de ese misterioso buscador de erratas, Max Sengen. Es más, no aparece nada en alemán: todas las ocurrencias están en español, y hay dos en portugués.

En todo caso, les voy a copiar aquí algunos de mis lapsus cálami preferidos (el resto los pueden ver en el texto de Martínez de Sousa o leyendo la novela de Bolaño):

«La tripulación del buque tragado por las olas estaba formada por veinticinco hombres, que dejaron centenares de viudas condenadas a la miseria» (Dramas marítimos, Gaston Leroux).

«El duque apareció seguido de su séquito, que iba delante» (
Cartas de mi molino, de Alphonse Daudet).

«Con las manos cruzadas sobre la espalda, paseábase Enrique por el jardín, leyendo la novela de su amigo» (
El día fatal, de Rosny).

«El cadáver esperaba, silencioso, la autopsia» (
El favorito de la suerte, de Octave Feuillet).

«—Empiezo a ver mal —dijo la pobre ciega» (
Beatriz, de Balzac).

«Después de cortarle la cabeza, lo enterraron vivo» (
La muerte de Mongomer, de Henri Zvedan).

martes, 12 de enero de 2010

2666

1. Unas semanas antes de salir de vacaciones pedí a Gandhi.com unos cuantos libros que deseaba desde hace tiempo, con el fin de leerlos en los sagrados momentos de ocio que por fin llegarían a mi vida después de tantos meses de friega. Al preparar mi maleta, una noche antes de irme a la playa, me di cuenta de que uno de los libros (2666 de Roberto Bolaño) tenía mil ciento y cacho de páginas. Aun así me llevé dos libros: el de Bolaño y uno de Daniel Sada. Por supuesto fue mucha ambición de mi parte y no me alcanzó el tiempo para abrir el segundo libro. El de Bolaño lo terminé anoche, a dos días de mi regreso. Es la primera vez en mi vida que devoro una novela de tantas páginas en diez días. Es una de las contadas veces en mi vida que me da tanta pena terminar de leer un libro. La última vez que me sucedió fue con Los detectives salvajes.

2. Con Roberto Bolaño sucede algo curioso: el culto que hay alrededor de su figura parece dar derecho a sus admiradores a interpelar a un compañero de viaje en un autobús, a un vecino de banca en un parque o uno de mesa en un café, que casualmente esté leyendo alguno de sus libros, para hacer un comentario acerca del libro en particular o de Bolaño en general (en este derecho está implícito otro derecho: el de interrumpir la lectura del otro). Uno de los primeros días en la playa estaba concentrada en la lectura, apenas llevaba unas 200 páginas, cuando oí que alguien se detenía cerca de mí y decía algo con respecto al libro o a Bolaño o algo que tenía que ver conmigo en ese momento. Alcé la mirada y vi a un hombre de unos sesenta años que me decía que justamente venía hablando de Bolaño con su hija, que estaba a su lado y tenía mi edad aproximadamente. Me preguntó si había leído Los detectives salvajes y le dije que sí pero que éste me estaba gustando más. No sé por qué le respondí eso, pues en ese momento no necesariamente lo creía (tampoco ahora, que ya terminé, lo pienso necesariamente; pero sobre eso volveré más tarde). Supongo que se lo dije porque no tenía nada de ganas de entablar una tertulia literaria con arena y sol. Supongo también que él no había leído 2666 porque me dijo “bueno, ése es un tabique” (expresión que me parece un poco despectiva para referirse a una obra tan monumental como 2666) y, acto seguido, me volvió a preguntar “¿pero sí leíste Los detectives salvajes?”. En ese momento di por terminada la conversación que de todos modos no me apetecía, y volví a la lectura.


3. 2666 está compuesta por cinco partes. Ante la inminencia de su muerte, Bolaño dejó instrucciones a su editor para que la novela se publicara en forma de cinco libros independientes, con el fin principal de dejar asegurado el futuro económico de sus hijos. Cuando Bolaño murió, tras una lectura del trabajo, el editor junto con los herederos decidieron publicarla toda entera para respetar el valor literario de la obra. Qué bueno que así lo hicieron. Si bien cada parte podría leerse y entenderse de forma independiente, éstas comparten un tejido común; forman parte de una totalidad. Eso no impide que la novela pueda tener otro tipo de lecturas o relecturas. A mí se me antoja, de hecho, releerla en otro orden.

2666 es una novela inacabable cuyas historias se quedan abiertas, sin un final acabado. Esto no significa que sea una obra inacabada o interrumpida. De hecho, ese estilo no es nuevo en Bolaño. Como dice Ignacio Echevarría, el amigo del escritor que se ocupó de sus asuntos literarios tras su muerte, si Los detectives salvajes se hubiera publicado póstumamente, seguramente muchos habrían especulado también acerca de su inacabamiento. Quizás a Bolaño no le alcanzó la vida para pulir más algunas partes de 2666, pero es muy probable que la versión que hoy podemos leer es muy similar la que él hubiera publicado estando vivo.

4. Es difícil decir de qué se trata 2666 porque en esta novela convergen varias historias: la de un misterioso escritor alemán cada vez más en boga pero que nadie, salvo su editor, ha visto nunca, la de sus críticos europeos, la de un profesor chileno de filosofía que por azares del destino acaba en una ciudad de Sonora azotada por crímenes de mujeres, la de un periodista afroamericano que también va a dar a esa ciudad y la de los mismos crímenes. A su vez en esas historias convergen un sinfín de subhistorias contadas por los personajes. Sin embargo, creo que el tejido común que comparten todas esas historias es la ciudad de Santa Teresa, fiel trasunto de Ciudad Juárez, en la frontera de México con los Estados Unidos. Y el telón de fondo es la ola (o más bien el goteo) de feminicidios que ahí ocurren. Por algo el epígrafe de Baudelaire que abre la novela dice: “Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento”.

La parte de los crímenes, que es la cuarta de la novela, es de hecho la más densa y siniestra de todo el libro: en ella se describen cada uno de los crímenes que ocurrieron en Santa Teresa en un período de cuatro años. Estoy segura de que los lectores que no terminan de leer esta novela se quedan ahí. Yo misma estuve tentada en algunos momentos de, si no dejar el libro, sí saltarme algunas partes. Pero no lo hice. Me quedé pensando que la intención de Bolaño era precisamente crear en el lector la misma sensación de hastío y de horror que se vivía en Ciudad Juárez. Por lo demás, afortunadamente las descripciones de los crímenes se alternan con otras historias que lo hacen más llevadero: las de algunos policías judiciales, las de unos periodistas, la de un curioso profanador de iglesias, la de una diputada feminista, etc.

5. Una de las cosas que más admiro de Bolaño como narrador es su audacia para crear polifonía. No sólo es capaz de dar voz a distintos personajes que cuentan un sinfín de historias a manera de anécdotas, recuerdos, sueños, relatos de otros personajes que nunca conocemos, sino que además tiene una habilidad admirable para cambiar de registro. El crítico habla como crítico, el policía habla como policía, el personaje español habla como español y el mexicano como mexicano. Todos esos cambios se dan con una naturalidad indiscutible y casi sin que nos demos cuenta de ello.

6. Los detectives salvajes me conmocionó cuando la leí hace algunos años, e inmediatamente entró en mi lista de libros imprescindibles. Ahora me topo con esta obra monumental y me quedo sin palabras. No hay por qué elegir entre las dos, pero creo que, como leí en algún lugar, Los detectives salvajes es el taller que hace posible 2666.