El alemán es una de las lenguas más complicadas que existen (tiene tres géneros, cuatro casos según el determinante del sustantivo, declinaciones, palabras larguísimas, verbos con prefijo separable, orden de palabras complejo, etc.). Como si no fuera suficiente, ahora hay otra trampa lingüística más sutil en la que pueden caer no sólo quienes aprendemos alemán sino los mismos alemanes. Basta con que uno mencione que ha encontrado la Endlösung (“solución final”) para un problema que ha estado tratando de resolver, o que ha hecho una Selektion (selección) a partir de varias alternativas posibles, para que se convierta rápidamente en blanco de miradas desaprobatorias.
La razón es simple: esas palabras están tan contaminadas por el uso que de éstas hicieron los nazis que hoy en día son tabú. Para los alemanes la expresión Endlösung estará para siempre asociada con la “solución final a la cuestión judía” de Hitler, mientras que Selektion se volvió palabra non grata ya que se usaba para referirse a la práctica de “seleccionar” a los presos que serían ejecutados en los campos de exterminio nazis.
Existen tantas palabras tabú por su asociación con nacionalsocialismo que el año pasado se editó un diccionario que examina el papel que dichos términos juegan en el inconsciente colectivo alemán. El Wörterbuch der “Vergangenheitsbewältigung” (Diccionario “para superar el pasado”), que recopila alrededor de mil palabras y expresiones, examina cómo se ha transformado el significado y el uso de esos términos desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Según el lingüista Georg Stötzel, coautor del diccionario junto con Thorsten Eitz, muy pocos términos asociados con el nacionalsocialismo siguieron usándose con el mismo significado después de 1945. Para muchas personas, el poder de dichas palabras y sus asociaciones las hacían literalmente impronunciables. Eso ocurría sobre todo con las víctimas sobrevivientes de los nazis que simplemente no soportaban oír ciertas palabras como Lager, el término que se usaba para referirse a un campo de concentración o de exterminio.
Otro motivo para evitar en el discurso público los términos asociados al nazismo es el hecho de que el hablante corre el riesgo de que lo acusen de abrigar simpatías por los nazis. A menudo, el solo uso de uno de esos vocablos es suficiente para que el hablante salga en las primeras planas de los diarios alemanes. En 2005, el presidente del Consejo Central Judío en Alemania, Paul Spiegel, desató una controversia cuando criticó la política alemana que permitía a los judíos inmigrar de la ex Unión Soviética señalando que se estaba “seleccionando” a los judíos rusos. El año pasado, el arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, fue criticado severamente cuando usó la palabra entartete (degenerar) en un discurso sobre arte. Esa palabra es tabú -sobre todo en ese contexto- porque los nazis la usaban para condenar el arte moderno.
El líder del partido izquierdista, Oskar Lafontaine, también se metió en problemas cuando usó la palabra Fremdarbeiter (trabajador extranjero). Hoy ese vocablo está tan tabuizado que se prefiere usar Gastarbeiter (trabajador invitado). (En mi diccionario alemán-español -que no es la gran maravilla- no existe Fremdarbeiter pero sí su sustituto eufemístico). El mes pasado, el primer ministro de Baja Sajonia, el cristianodemócrata Christian Wulff, tuvo que pedir disculpas públicas por usar el término “atmósfera de pogrom” para describir las críticas a los altos ejecutivos a raíz de la crisis financiera global. Y el economista Hans-Werner Sinn recibió llamadas que exigían su renuncia por haber comparado la actual hostilidad hacia los banqueros con la persecución de los judíos en los años treinta.
La situación ha llegado a tal extremo en Alemania que, por lo menos una vez a la semana, alguien dice algo, consciente o inconscientemente, que desata una polémica. Según Stötzel, incluso el que un matemático use Endlösung para hablar de la solución de una ecuación matemática se considera como una falta de tacto.
Pero ni siquiera es necesario usar términos contaminados por los nazis para meterse en problemas. Basta con usar las mismas técnicas retóricas que usaba Goebbels y otros líderes nazis. En 2005, Franz Müntefering, presidente del Partido Socialdemócrata de Alemania, fue condenado por describir a los inversionistas extranjeros hostiles como langostas (Heuschrecken), a pesar de que los miembros de su partido señalaron que la crítica era ridícula. El dirigente centroizquierdista fue criticado por comparar personas con animales, un tropo bastante delicado debido a la práctica nazi de describir a los judíos como parásitos y bichos.
El comediante de televisión Harald Schmidt satirizó el problema al concebir un “nazómetro” (Nazometer), un artefacto que se enciende y emite un pitido cada vez que se pronuncia una palabra o frase cuestionable -como Dusche (ducha), Autobahn (autopista) o Gasherd (cocina de gas). Sin embargo, Schmidt recibió muchas críticas y tuvo que retirar en “nazómetro”. Después, en entrevista con la revista Der Sipegel, se quejó: “Los comediantes estadounidenses, incluso los que son judíos, pueden hacerlo. Los alemanes no podemos”.
En Alemania el sentimiento de vergüenza sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto es tan profundo que la cuestión de los términos contaminados es aún más poderosa que el fenómeno de la “corrección política” en otros países. Sin embargo, las nuevas generaciones no son tan conscientes de las connotaciones negativas de muchos términos, por lo que es posible que la mancha que tienen esas palabras se logre borrar con el tiempo.
La razón es simple: esas palabras están tan contaminadas por el uso que de éstas hicieron los nazis que hoy en día son tabú. Para los alemanes la expresión Endlösung estará para siempre asociada con la “solución final a la cuestión judía” de Hitler, mientras que Selektion se volvió palabra non grata ya que se usaba para referirse a la práctica de “seleccionar” a los presos que serían ejecutados en los campos de exterminio nazis.
Existen tantas palabras tabú por su asociación con nacionalsocialismo que el año pasado se editó un diccionario que examina el papel que dichos términos juegan en el inconsciente colectivo alemán. El Wörterbuch der “Vergangenheitsbewältigung” (Diccionario “para superar el pasado”), que recopila alrededor de mil palabras y expresiones, examina cómo se ha transformado el significado y el uso de esos términos desde que finalizó la Segunda Guerra Mundial.
Según el lingüista Georg Stötzel, coautor del diccionario junto con Thorsten Eitz, muy pocos términos asociados con el nacionalsocialismo siguieron usándose con el mismo significado después de 1945. Para muchas personas, el poder de dichas palabras y sus asociaciones las hacían literalmente impronunciables. Eso ocurría sobre todo con las víctimas sobrevivientes de los nazis que simplemente no soportaban oír ciertas palabras como Lager, el término que se usaba para referirse a un campo de concentración o de exterminio.
Otro motivo para evitar en el discurso público los términos asociados al nazismo es el hecho de que el hablante corre el riesgo de que lo acusen de abrigar simpatías por los nazis. A menudo, el solo uso de uno de esos vocablos es suficiente para que el hablante salga en las primeras planas de los diarios alemanes. En 2005, el presidente del Consejo Central Judío en Alemania, Paul Spiegel, desató una controversia cuando criticó la política alemana que permitía a los judíos inmigrar de la ex Unión Soviética señalando que se estaba “seleccionando” a los judíos rusos. El año pasado, el arzobispo de Colonia, Joachim Meisner, fue criticado severamente cuando usó la palabra entartete (degenerar) en un discurso sobre arte. Esa palabra es tabú -sobre todo en ese contexto- porque los nazis la usaban para condenar el arte moderno.
El líder del partido izquierdista, Oskar Lafontaine, también se metió en problemas cuando usó la palabra Fremdarbeiter (trabajador extranjero). Hoy ese vocablo está tan tabuizado que se prefiere usar Gastarbeiter (trabajador invitado). (En mi diccionario alemán-español -que no es la gran maravilla- no existe Fremdarbeiter pero sí su sustituto eufemístico). El mes pasado, el primer ministro de Baja Sajonia, el cristianodemócrata Christian Wulff, tuvo que pedir disculpas públicas por usar el término “atmósfera de pogrom” para describir las críticas a los altos ejecutivos a raíz de la crisis financiera global. Y el economista Hans-Werner Sinn recibió llamadas que exigían su renuncia por haber comparado la actual hostilidad hacia los banqueros con la persecución de los judíos en los años treinta.
La situación ha llegado a tal extremo en Alemania que, por lo menos una vez a la semana, alguien dice algo, consciente o inconscientemente, que desata una polémica. Según Stötzel, incluso el que un matemático use Endlösung para hablar de la solución de una ecuación matemática se considera como una falta de tacto.
Pero ni siquiera es necesario usar términos contaminados por los nazis para meterse en problemas. Basta con usar las mismas técnicas retóricas que usaba Goebbels y otros líderes nazis. En 2005, Franz Müntefering, presidente del Partido Socialdemócrata de Alemania, fue condenado por describir a los inversionistas extranjeros hostiles como langostas (Heuschrecken), a pesar de que los miembros de su partido señalaron que la crítica era ridícula. El dirigente centroizquierdista fue criticado por comparar personas con animales, un tropo bastante delicado debido a la práctica nazi de describir a los judíos como parásitos y bichos.
El comediante de televisión Harald Schmidt satirizó el problema al concebir un “nazómetro” (Nazometer), un artefacto que se enciende y emite un pitido cada vez que se pronuncia una palabra o frase cuestionable -como Dusche (ducha), Autobahn (autopista) o Gasherd (cocina de gas). Sin embargo, Schmidt recibió muchas críticas y tuvo que retirar en “nazómetro”. Después, en entrevista con la revista Der Sipegel, se quejó: “Los comediantes estadounidenses, incluso los que son judíos, pueden hacerlo. Los alemanes no podemos”.
En Alemania el sentimiento de vergüenza sobre la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto es tan profundo que la cuestión de los términos contaminados es aún más poderosa que el fenómeno de la “corrección política” en otros países. Sin embargo, las nuevas generaciones no son tan conscientes de las connotaciones negativas de muchos términos, por lo que es posible que la mancha que tienen esas palabras se logre borrar con el tiempo.