jueves, 30 de abril de 2009

Influenza

Y a todo esto, ¿de dónde viene la palabra influenza?

El vocablo proviene del italiano influenza que precisamente significa influencia. Resulta que en la Edad Media los sabios italianos creían que la extraña enfermedad que hoy llamamos gripe se debía a la influencia astrológica. Probablemente dicha creencia se debía al hecho de que las epidemias de gripe suelen producirse en ondas cíclicas con fases más o menos regulares, por lo general, en primavera y otoño. Otras fuentes señalan que en la Edad Media el término se usaba para designar cualquier epidemia, pues hay registros de que en 1504 a una epidemia de fiebre escarlatina se le llamó influenza di febbre scarlatina. De cualquier forma, el término influenza se empezó a usar para nombrar exclusivamente a la gripe durante una pandemia que azotó a Europa en 1743.

La palabra “gripe”, por su parte, proviene del francés gripper (“agarrar”, “asir” o “coger”). Y es que en el siglo xviii, la grippe era definida en publicaciones francesas como una “enfermedad que se apodera de uno bruscamente”. La palabra gripe apareció en la lengua española apenas en el siglo xix. En algunos lugares de América Latina, como México, la llamamos gripa, vocablo que está aceptado por la RAE.

El origen de la palabra influenza es un ejemplo más de que los nombres de las enfermedades están muy relacionados con las creencias que hay detrás de éstas. (Si quieren leer más acerca de la fascinante historia de los nombres de algunas enfermedades, les recomiendo esta entrada y esta otra). Desde siempre ha habido una tendencia a ver las enfermedades como algo sobrenatural, incomprensible y oscuro. Esto no cambia mucho hoy en día. Quizá ya no creamos que las enfermedades estén provocadas por la influencia de los astros o que sean castigos divinos (bueno, algunos todavía creen en eso último), pero sí hay muchos que creen que son resultado de un complot internacional tramado por las farmacéuticas, el G7, Obama, Calderón o la conspiración judeo-masónico-comunista-internacional. Al final, me parece una actitud menos medieval creer que los astros provocaron la epidemia.

martes, 28 de abril de 2009

La enfermedad y sus metáforas (II)

Tendríamos que aceptar que el comportamiento
del ser humano es mucho más complejo que cualquier virus
Jonathan Mann

Según el historiador Allan M. Brandt, a la luz de la historia de las enfermedades de transmisión sexual, es casi imposible ver la epidemia del sida sin una sensación de déjà vu. Y es que, al igual que la sífilis, el sida despertó miedos que revelan ansiedades sociales y culturales mucho más profundas sobre la enfermedad, su capacidad de transmisión y sus víctimas. A principios del siglo xx, la enfermedad venérea era “una metáfora de las ansiedades del final de la era victoriana sobre sexualidad, contagio y organización social. Pero estas metáforas no son meras construcciones lingüísticas inofensivas. Tienen implicaciones sociopolíticas muy poderosas, de las cuales muchas han sido notablemente persistentes a lo largo del siglo”. De hecho, las preocupaciones sobre este tipo de enfermedades también “reflejaban un miedo persuasivo de las masas urbanas, el crecimiento de las ciudades, la naturaleza cambiante de las relaciones familiares”. Los paralelismos del sida con estas enfermedades eran chocantes e incontestables.

Una ola de pánico invadió a la sociedad, primero estadounidense y después de otros países. El sida parecía haber surgido de la nada con reportajes sensacionalistas en la prensa sobre jóvenes homosexuales que morían en condiciones extrañas. De repente, los dentistas empezaron a ponerse tapabocas y guantes; y había “reglas de sangre” en el campo de los deportes para proteger a los jugadores de la sangre de los heridos. La gente sabía que el sida era contagioso y, sin embargo, como su comienzo era asintomático, su irrupción era invisible. Las muertes proyectadas eran apocalípticas. Y como con la lepra y la sífilis en los primeros tiempos, el sida estaba vinculado en la mente de muchos con el pecado y la depravación --con usuarios de drogas intravenosas y prácticas sexuales antinaturales y profanas”. Además, como señala Lupton, las prácticas masculinas homosexuales se volvieron sujeto de la mirada clínica ya que los investigadores intentaban encontrar la causa de esta nueva enfermedad en el cuerpo del hombre homosexual. La sexualidad y sus peligros, para individuos activos sexualmente de todas las preferencias, se volvieron en sujeto de un escrutinio público intenso y crítico, así como de ansiedad privada. Emergió un contradiscurso a la libertad sexual, en el que se argumentaba que la ‘promiscuidad’ sexual estaba siendo castigada por la enfermedad fatal, y se propugnó el regreso a los valores chapados a la antigua de monogamia y fidelidad marital.

Los gobiernos de diferentes países empezaron a patrocinar campañas de educación para la salud, basadas en la presuposición de que la conciencia sobre el peligro de ciertas actividades iba a resultar en que se evitaran. “A los británicos se les advertía: “Don’t die of ignorance” y se les preguntaba: “AIDS: How Big Does It Have To Be Before You Take Notice?”, en anuncios impresos y en la televisión mediante imágenes apocalípticas y prohibitivas de ataúdes, lápidas, icebergs y volcanes que significaban desastres amenazantes a gran escala. En Australia se llevó a cabo una notoria campaña de la ‘muerte personificada’ (the Grim Reaper), usando un género de película de terror mediante la imagen del símbolo de la muerte arrasando con australianos ‘ordinarios’. Estas campañas intentaban crear conciencia de los riesgos del VIH/sida mediante tácticas de impacto y dirigidas a crear miedo, asociando la sexualidad con culpa y muerte, y posicionando al público como ignorante y apático y al Estado como guardián de la moralidad en nombre de la preservación de la salud pública” (Lupton 2003).

Para el otoño de 1986, virtualmente todas las teorías del sida, sin importar qué tan extraordinarias fueran sus bases semánticas, tuvieron que confrontar una nueva realidad: el sida podía transmitirse por medio de relaciones heterosexuales y otras actividades sexuales entre mujeres y hombres. “Repentinamente, reveló la portada de una revista estadounidense en enero de 1987, ‘la enfermedad de ellos es la enfermedad de nosotros’; y 'nosotros' estaba representado gráficamente en la revista por un hombre y una mujer --jóvenes, blancos, profesionistas urbanos” (Treichler 1988).

No obstante, aún después de que se reconociera que los homosexuales no eran los únicos que podían infectarse con el virus, permaneció una distinción nocional entre “aquellos que se lo provocaron a sí mismos” y los “inocentes” que se habían infectado inmerecidamente. Las declaraciones de la princesa Ana en el encuentro de 1987 sobre el sida en Inglaterra también ponen de relieve esta concepción: “la verdadera tragedia es la de las víctimas inocentes, la gente que ha sido infectada sin saberlo, quizá como resultado de una transfusión... Quizá lo peor de todo son esos niños infectados en el seno materno que nacen con el virus” Esta distinción entre víctimas inocentes (hemofílicos y niños) y no inocentes, es decir, culpables (homosexuales y drogadictos), subyacente en muchos discursos sobre el sida, también reproduce representaciones similares a las de la sífilis. Como señala Brandt, a principios del siglo xx los médicos de entonces “definieron lo que llamaron insontium venéreo o enfermedad venérea de los inocentes”. Esta distinción “tuvo el efecto de dividir a las víctimas; algunas merecían atención, simpatía y apoyo médico, otras no, todo dependía de cómo se había adquirido la infección”.

Otro paralelismo con la sífilis fueron las numerosas hipótesis que surgieron por todo el mundo sobre los orígenes del sida. Mientras que en el mundo occidental por lo general se localizan sus orígenes en África; muchas personas en África lo atribuyen a Occidente, particularmente a los Estados Unidos. Tampoco debe sorprender que entre los mismos países africanos se hayan pasado la pelota (Ruanda y Zambia dijeron que el sida se originó en Zaire, Uganda dijo que venía de Tanzania, y así sucesivamente). Por lo demás, en la ex Unión Soviética, el sida era considerado como “un problema extranjero”, atribuible a la CIA o a tribus en África Central. En el Caribe, e incluso en los EU, se creía extensamente que el sida provenía de experimentos biológicos estadounidenses. Los franceses primero creyeron que el sida fue introducido por vía de un “contaminante americano” (también creían que el sida venía de Marruecos). La URSS, Israel, África, Haití y las Fuerzas Armadas de EU negaron la existencia de homosexualidad nativa y así alegaron que el sida debía haberse originado en “otra parte”. La historia de los nombres de las enfermedades sórdidas ofrece una interesante evidencia diacrónica de los antagonismos políticos de la época: “la práctica disfemística común entre los grupos humanos es culpar al enemigo de la propagación de enfermedades que afligen a los que se relacionan con el vicio y la inmoralidad” (Allan y Burridge 2005).

A pesar de las analogías con otras enfermedades, la nueva epidemia era diferente, también. Según Brandt, el sida hace explícita, como pocas enfermedades podrían, la compleja interacción de fuerzas sociales, culturales y biológicas. Al haber golpeado a personas consideradas como extrañas y exóticas por los científicos, médicos, periodistas y gran parte de la población estadounidense, inicialmente el sida no planteó muchas interrogantes existenciales. “El cuerpo del hombre gay ‘promiscuo’ dejó claro que, incluso si el sida resultaba ser una enfermedad de transmisión sexual, no sería un lugar común. Las conexiones entre sexo, muerte y homosexualidad hicieron inevitablemente que la historia del sida pudiera ser leída como ‘la historia de una metáfora’ (Treichler 1988).

La asociación del VIH/sida con la homosexualidad, pero también posteriormente con otras formas de estigmatización asociadas con la prostitución, con la “promiscuidad” y la “desviación sexual” marcan la historia de la epidemia y siguen funcionando hoy en día como quizás el único aspecto más arraigado del estigma relacionado con el VIH/sida. Sin embargo, esta no es la única fuente preexistente de discriminación que ha interactuado tan estrechamente con la enfermedad. Parker y Aggleton detectan cuatro ejes o ámbitos que parecen haber estado casi universalmente presentes en todos los países y culturas mientras sus respuestas al VIH/sida se desarrollaban: (1) el estigma en relación con la sexualidad; (2) el estigma en relación con el género; (3) el estigma en relación con la raza u origen étnico; y (4) el estigma en relación con la pobreza o la marginación económica. De hecho, los primeros casos de infección se reportaron en personas que ya estaban estigmatizadas y marginadas como miembros de comunidades y grupos socialmente oprimidos e indeseables. Su estigmatización y opresión continuada, a su vez, ha acentuado su vulnerabilidad, creando el círculo vicioso de la estigmatización y discriminación relacionada con el VIH/sida.

Los discursos oficiales no están exentos de estas prácticas estigmatizadoras y discriminadoras, y éstas se ven reflejadas en el uso que hacen del lenguaje. No hay mejor ejemplo de esto que la tendencia casi universal de los programas gubernamentales de prevención y control de sida a priorizar acciones dirigidas a reducir el riesgo de infección por parte de la llamada población general, a expensas de las poblaciones consideras de alto riesgo. Semejantes acciones sugieren implícitamente mediante el uso de metáforas y eufemismos que la salud pública no incluye la salud de los segmentos de la sociedad ya marginados y estigmatizados. Dichas metáforas y eufemismos, como las que se usan en casi todas las formas de estigmatización, desde luego cubren muchas de las suposiciones reales que están en juego: el término ‘población general’ normalmente es de hecho una glosa para ‘hombres y mujeres heterosexualmente activos’; el término ‘grupos de alto riesgo’ usualmente se refiere a ‘hombres homosexualmente activos’, ‘trabajadoras sexuales’, ‘usuarios de drogas intravenosas’, etc.

Otras metáforas comunes que se han usado para describir al VIH/sida son las que evocan historias detectivescas, la ira de Dios, visiones apocalípticas, horror gótico, asesinos silenciosos, losas sepulcrales y la muerte personificada para ‘darle sentido’ a la nueva enfermedad y su impacto en la sociedad (Lupton 2003). Parker y Aggleton, por su parte, mencionan el sida como muerte (mediante imaginería como la Muerte Personificada); el sida como horror (en que las personas infectadas son satanizadas y temidas); el sida como castigo (por comportamientos inmorales); el sida como crimen (por ejemplo, en relación con las víctimas inocentes y culpables); el sida como guerra (en relación con un virus que necesita ser combatido); y quizá por encima de todas, el sida como Otredad (en que el sida es visto como una aflicción de aquellos que son diferentes).

El “virus ideológico” implícito en el discurso relacionado con el sida (y con las enfermedades en general) es de hecho mucho más poderoso que su contraparte biológica. Desde luego que las respuestas negativas a estas enfermedades son inevitables. El problema es que éstas refuerzan las ideologías dominantes de lo bueno y lo malo con respecto no sólo a la sexualidad sino también a la enfermedad, y quizá, por encima de todo, con respecto a lo que se entiende como comportamientos correctos e incorrectos. La representación negativa de las personas con VIH y sida, reforzada por el lenguaje y las metáforas que se han usado para hablar y pensar sobre la epidemia, ha tendido a reforzar el miedo, la evasión y el aislamiento de los individuos afectados. Pero, como bien expone Treichler, hablar del sida como una construcción lingüística no significa, por supuesto, que exista sólo en la mente. Como otros fenómenos, el sida es real, y completamente indiferente de lo que digamos sobre éste. “Nuestros nombres y representaciones pueden, sin embargo, influenciar nuestra relación cultural con la enfermedad y, de hecho, su presente y su futuro, desde luego”.

Creo que esta conclusión se puede aplicar a cualquier enfermedad o epidemia en cualquier momento. Vean lo que está sucediendo acutalmente con este brote de influenza o gripe porcina. Me parece que nuestras reacciones reflejan mucho del miedo y desconfianza al Otro que tanto caracteriza a la raza humana.


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Esta entrada está adaptada de un fragmento de un capítulo de mi tesis de maestría.

sábado, 25 de abril de 2009

La enfermedad y sus metáforas (I)

El día de ayer los mexicanos nos despertamos con la sensación de haber entrado en una pesadilla: una de las ciudades más grandes de la orbe de pronto se vio amenazada por un virus desconocido, altamente contagioso y que puede causar la muerte. Se habla de unas 70 muertes hasta ahora y un millar de casos de infección en la capital, pero también en otros estados de la República. Ayer empezaron a reportarse algunos casos en Estados Unidos y la Organización Mundial de la Salud está muy preocupada por la aparición de este virus de la gripe porcina que parece tener un potencial pandémico.

En el D.F. se suspendieron las clases en todas las escuelas, desde maternal hasta universidad. Anoche se cancelaron conciertos y otros actos masivos, y un gran porcentaje de bares, discotecas y restaurantes cerraron sus puertas. La gente, después de haberse terminado la producción de tapabocas, vitaminas y medicamentos, se quedó encerrada en su casa con miedo. Creo que está bien ser prudentes para no permitir que la epidemia se extienda. Claro, yo la tengo fácil pues trabajo en casa y no tengo que salir mucho a la calle. Pero creo que no hay que entrar en pánico. Quizás es un buen momento para reflexionar acerca de nuestras reacciones con respecto a las epidemias y las enfermedades. Así que aprovecho la ocasión para reproducir aquí un apartado más de mi tesis de maestría que, me parece, viene muy a cuento.

La enfermedad y sus metáforas

El título de esta entrada hace alusión a la obra de la escritora estadounidense, Susan Sontag, quien escribió dos libros imprescindibles sobre la “metaforización” de la enfermedad no sólo en la literatura sino también en la conciencia colectiva de la sociedad occidental. El primer libro, La enfermedad y sus metáforas, lo escribió en 1978, motivada por su propia experiencia con el cáncer de mama. Diez años después, escribiría El sida y sus metáforas. Si bien su trabajo ha sido muy criticado por su creencia de que las asociaciones metafóricas pueden y deben eliminarse de la enfermedad, Sontag fue una de las primeras críticas modernas en señalar de manera convincente que la enfermedad adquiere significado mediante el uso de la metáfora. Su entendimiento de la metáfora no es sólo como una figura retórica, sino también, y sobre todo, como un mecanismo epistemológico significativo, mediante el cual comprendemos el mundo.

Sontag señala que las fantasías inspiradas por la tuberculosis en el siglo xix, y por el cáncer en el siglo xx, son reacciones ante enfermedades consideradas intratables y caprichosas (incomprendidas) precisamente en una época en que la premisa básica de la medicina es que todas las enfermedades pueden curarse. Las enfermedades de este tipo son, por definición, misteriosas. “Aunque la mixtificación de una enfermedad siempre tiene lugar en un marco de esperanzas renovadas, la enfermedad en sí (ayer la tuberculosis, hoy el cáncer) infunde un terror totalmente pasado de moda. Basta ver una enfermedad cualquiera como un misterio, y temerla intensamente, para que se vuelva moralmente, si no literalmente, contagiosa”

La enfermedad ha sido una de las metáforas más recurrentes a lo largo de la historia de la literatura occidental. Ésta aparece como una señal de poder divino o providencia, como un castigo sobrenatural o una posesión demoníaca (tanto en los textos bíblicos como en la Ilíada y la Odisea); la enfermedad o epidemia como la prueba de la fibra moral del individuo y la sociedad (La peste de Camus, 1947); la enfermedad como una metáfora común para la decadencia moral o social (Fantasmas de Ibsen, 1881); como una visión de desastre social colectivo; como una señal de imposibilidad del individuo para escapar de un destino; un catalizador para genios artísticos o intelectuales y una señal de curiosidad o superioridad emocional, intelectual o moral (La cabaña del tío Tom de Beecher Stowe, 1852 y Largo viaje hacia la noche de O’Neill, 1956); como medio de redención para los caídos o los marginados (La dama de las Camelias de Dumas, 1848); como un medio de realzar la conciencia de la muerte, evocando cuestiones de moralidad y complejidad de la vida (Los muertos de Joyce, 1914); y como un extraño, una fuerza incomprensible que penetra la vida humana y la destruye (Pabellón de cáncer de Solzhenitsyn, 1968). La novela gótica que emergió en la era romántica (abarcando de finales de siglo xviii a los años 30 del s. xix) retrató lo temible de la naturaleza implícito en la humanidad, representando a los padecimientos y a los síntomas corporales de la enfermedad o decadencia física como demonios malévolos y monstruos que evocaban horror y simbolizaban el sufrimiento o la maldad interior de los personajes.

De acuerdo con Sontag, cualquier enfermedad importante cuyos orígenes sean oscuros y su tratamiento ineficaz tiende a hundirse en significados. En un principio se le asignan los horrores más hondos (la corrupción, la putrefacción, la polución, la anomia, la debilidad). Luego, en nombre de ella (es decir, usándola como metáfora) se atribuye ese horror a otras cosas, la enfermedad se adjetiva. Se dice que algo es enfermizo --para decir que es repugnante o feo. En francés se dice que una fachada decrépita está lépreuse. Y es que, como señala Deborah Lupton, hay una relación reflexiva entre el discurso metafórico aplicado a la enfermedad y la misma enfermedad: “así como se usan otros conceptos o cosas para describir la enfermedad, la enfermedad se usa como una metáfora”. Dichas representaciones metafóricas no son políticamente neutras, ya que de hecho, las metáforas se usan comúnmente en luchas ideológicas alrededor de un sitio de significado en pugna, una estrategia lingüística usada para persuadir la aceptación de un significado sobre otro. “La metáfora trabaja para ‘naturalizar’ lo social, volviendo obvio lo que es problemático. Por ejemplo, las metáforas de la enfermedad por lo común se usan para describir el desorden, caos o corrupción, como cuando se describe al comunismo como ‘un cáncer de la sociedad’, o cuando se describe a un asesino psicópata como un ‘enfermo’”.

Es frecuente identificar el desorden social como una enfermedad. Según Susan Sontag, “se proyecta sobre la enfermedad lo que uno piensa sobre el mal. Y se proyecta a su vez la enfermedad (así enriquecida en su significado), sobre el mundo.” Así, por ejemplo, el Diccionario de Uso del Español de María Moliner define cáncer, en su tercera acepción como “mal moral que progresa en la sociedad sin que se le pueda poner remedio”; y el Diccionario de la Real Academia, en su cuarta acepción, como “proliferación en el seno de un grupo social de situaciones o hechos destructivos”. Otro ejemplo es la palabra apestar que originalmente significaba contagiar o contraer la peste bubónica, y que ahora tiene adicionalmente otros significados con connotaciones negativas (corromper, viciar, fastidiar y oler muy mal).

Durante los últimos dos siglos las enfermedades que, según Sontag, más se han usado como metáforas del mal han sido la sífilis, la tuberculosis y el cáncer --las tres, enfermedades supuestamente individuales. Actualmente ya hay evidencias, como observan los lingüistas australianos Keith Allan y Kate Burridge, de que la palabra sida se está extendiendo en un uso metafórico, de un modo muy similar como sucedió con lepra. “Una población consciente del medio ambiente llama al fenómeno de degradación de tierra en Australia (específicamente, la erosión del suelo y la salinización causada por irrigación después de la deforestación) como sida de la tierra (AIDS of the earth); la misma metáfora se usa en Estados Unidos”. En Francia, los especialistas en informática han hablado del problema del sida informático (le sida informatique) reforzando el sentido de omnipresencia del virus. En español también se habla del sida mental en contextos de discusión filosófica e ideológica, entendiendo la expresión como una “enfermedad del espíritu”.

El uso de la metáfora no se reduce a los discursos populares; es muy frecuente también en los discursos médicos y científicos, de donde probablemente surge. Una de las metáforas más recurrentes en el discurso moderno de la enfermedad es la de la guerra. Según Susan Sontag, “no hay médico, ni paciente atento, que no sea versado en esta terminología militar, o que por lo menos no la conozca. Las células cancerosas no se multiplican y basta: ‘invaden’. Como dice cierto manual, ‘los tumores malignos, aun cuando crecen lentamente, invaden’. A partir del tumor original, las células cancerosas ‘colonizan’ zonas remotas del cuerpo, empezando por implantar diminutivas avanzadas (‘micro-metástasis’) cuya existencia es puramente teórica, pues no se pueden detectar”. La enfermedad ya no es concebida predominantemente como una evocación del mal causada por la ira de Dios, sino como un invasor microscópico, que pretende entrar al cuerpo y causar problemas. Esta metáfora predomina en el lenguaje del sistema inmune y, por tanto, también en el del sida.

El problema de las metáforas militares es que contribuyen a estigmatizar ciertas enfermedades y, por ende, a quienes están enfermos. Como advierte Lupton, “el modo discursivo en que se describen los sistemas inmunes ‘deficientes’ de aquellos que tienen un sistema autoinmune o una enfermedad de inmunodeficiencia (como lupus o VIH/sida) se vuelve emblemático de sus deficiencias morales atribuidas. Las personas cuyos sistemas inmunes son ‘inferiores’ se vuelven miembros de una nueva subclase estigmatizada y victimizada”.

Las representaciones lingüísticas y visuales de la medicina, enfermedad y el cuerpo en la cultura popular y de élite y en los textos médico-científicos tienen mucha influencia en la construcción tanto de los conocimientos legos como médicos, así como de las experiencias de estos fenómenos. Los sistemas metafóricos que describen la enfermedad y el cuerpo son decisiones lingüísticas importantes que revelan ansiedades sociales más profundas sobre el control y la salud del cuerpo político así como del cuerpo físico. Asimismo, las representaciones iconográficas del cuerpo enfermo son inherentemente políticas, buscando categorizar y controlar la desviación, valorizar la normalidad y promover la medicina como maravillosa y siempre en progreso. Los modos comunes de conceptualizar la enfermedad o la amenaza de enfermedad suele incorporar imaginería asociada con la guerra, el miedo, la violencia, el heroísmo, la religión, la xenofobia, la contaminación, los roles de género, infamación y control. Como señala Lupton, hacer conciencia sobre esos significados latentes como se expresa en los textos de élite, científicos y populares es vital para los académicos y estudiantes en humanidades y ciencias sociales que están interesados en la medicina como cultura, y proporcionar la base de esfuerzos de parte de los activistas culturales para resistir o subvertir las representaciones estigmatizadoras.

Continuará...


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Esta entrada está adaptada de un fragmento de un capítulo de mi tesis de maestría.

domingo, 19 de abril de 2009

Anadiplosis

Me acabo de topar con esta palabreja. Tiene nombre de enfermedad, pero no lo es. Del griego διπλός (diplos, doble) y el prefijo -ανά (-ana, de nuevo), la anadiplosis es una figura retórica muy curiosa que se produce mediante la repetición de una palabra o frase al final de un verso y al comienzo del siguiente.

El ejemplo clásico de anadiplosis podría ser el que aparece en la primera frase del Génesis:

En el principio Dios creó los cielos y la tierra.
Y
la tierra estaba sin orden y vacía (...)

Cuando se dan varias anadiplosis seguidas estamos hablando de una anadiplosis progresiva o concatenación. Podemos ver un buen ejemplo en el siguiente poema de Antonio Machado:

La plaza tiene una torre,
la torre tiene un balcón,

el balcón tiene una dama,
la dama una blanca flor

Ha pasado un caballero
-¡quién sabe por qué pasó!-
y se ha llevado la plaza,
con su torre y su balcón,
con su balcón y su dama,
su dama y su blanca flor.

Otro ejemplo de concatenación más popular y prosaico aparece en boca de Yoda, uno de los maestros Jedi de la Guerra de las Galaxias:

El miedo es el camino hacia el Lado Oscuro, el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento.

(Por cierto, esas palabras tendrían que haber sido el epígrafe de mi entrada sobre el miedo y el odio).

No hay que confundir este recurso literario con la epanadiplosis, que es otra figura de repetición en la que una frase empieza y termina con la misma palabra.
El prefijo extra en epanadiplosis proviene de la preposición griega epi que significa “sobre”, “además”. El típico ejemplo sería: “Verde que te quiero verde” (García Lorca). Otro ejemplo famoso (en inglés) viene de un discurso de Malcolm X:
You bleed when the white man says bleed. You bite when the white man says bite, and you bark when the white man says bark.

Me gustan estas dos figuras retóricas. ¿Alguien conoce otros ejemplos? O quizás alguno de mis talentosos lectores podría poner uno de su cosecha...

jueves, 16 de abril de 2009

Cineamano

Otra vez he tenido abandonado el blog. Me encantaría decir que estaba de vacaciones, pero la realidad es que he estado trabajando como hormiguita. A principios de abril me incorporaron en otro proyecto de localización para el que tuve que aprender a usar una nueva herramienta. A decir verdad, nada del otro mundo, pero era la primera vez que trabajaba con ese software. Hoy por fin entregué el paquete , así que intentaré ponerme al corriente con la blogósfera.

El fin de semana antepasado fui a un espectáculo en el Museo de la Ciudad de México. Se trataba de un montaje multidisciplinario en el que había música, danza y vídeo. La verdad es que la parte musical no fue nada espectacular, pero en el vídeo se usó una técnica novedosa que me llamó mucha la atención. Según el programa se llama "Cineamano". Busqué en Internet y encontré que Cineamano es una propuesta creada por el titiritero mexicano Arturo López "Pío", como resultado de su experimentación y exploración con distintas técnicas en la proyección de imágenes animadas a través de retroproyectores.

La ejecución de Cineamano permite al espectador contemplar la pintura como proceso creativo. Desde el momento en que se traza la primera línea, hasta el punto en que culmina un cuadro para de inmediato transformarse y dar continuidad a la secuencia. La mano del artista puede verse en movimiento dentro de la proyección, haciendo el papel del titiritero que entra en escena para animar a sus personajes y conducirlos por el espacio escénico.

Al igual que una función de teatro y a diferencia de la proyección de una película, las historias de Cineamano se reinventan cada vez que se ejecutan. Son historias efímeras inspiradas en las letras de las canciones que se escuchan ya sea en vivo o por medio de una grabación. Cuando yo vi el espectáculo, los microrrelatos estaban inspirados en una canciones gitanas de Dvorak y en tres canciones de Marcela Rodríguez (hermana de Jesusa Rodríguez).

Cineamano es un espectáculo que hay que ver para apreciarlo. No creo que con esta entrada haya podido transmitir lo que es. Así que mejor les dejo un vídeo que encontré. Si tienen tiempo, vean los vídeos de las cinco canciones, las pueden encontrar en la página de Cineamano en YouTube.