sábado, 26 de enero de 2008

Traducir y ser traducido

Me acabo de reencontrar con un libro de Primo Levi (1919-1987) que compré cuando vivía en Francia, y de cuya existencia ya me había olvidado. La versión que tengo es la traducción francesa, y creo que el libro no está traducido al español. El título original en italiano es L'altrui mestiere, lo cual se traduce como El oficio de los otros. El libro recoge cincuenta ensayos (la mayoría publicados primero en La Stampa), que son, en palabras del propio autor, como "ocupaciones de territorios", incursiones en el oficio de los otros, cacerías furtivas en cotos privados, atracos en el país de la zoología, de la astronomía y de la lingüística, todas las ciencias que, por no haberlas estudiado metódicamente, ejercieron en él el encanto prolongado de los amores eternos no correspondidos, y estimularon sus pulsiones de voyeur y de fisgón.

Entre los ensayos, hay uno sobre la traducción que lleva el título de esta entrada. En dicho texto Levi demuestra una gran sensibilidad hacia el oficio del traductor. Y como poca gente, parece comprender muy bien tanto las dificultades como los gozos que conlleva la tarea del traductor. Aquí les presento algunas de sus reflexiones que me parecen muy atinadas:

"Por lógica, el que ejerce el oficio de traductor o de intérprete debería ser venerado, ya que se encarga de limitar los daños de la maldición de Babel; pero generalmente no es nadie: porque traducir es difícil y por ello el resultado del trabajo del traductor suele ser malo. De ahí el círculo vicioso: el traductor es mal pagado, y aquel que podría ser o convertirse en un buen traductor se va en busca de un oficio más redituable.

"(...) el traductor es el único que lee verdaderamente un texto, que lo lee a fondo, hasta el último de sus recovecos, sopesando y evaluando cada palabra y cada imagen, a riesgo de descubrir huecos y voladizos. Y cuando logra encontrar, o incluso inventar la solución para un punto de resistencia, entonces se siente sicut deus, sin por ello tener que cargar con el peso de la responsabilidad que recae sobre los hombros del autor: en este sentido, las alegrías y las penas de la traducción son a las de la creación literaria lo que las de los abuelos son a las de los padres.

"Ser traducido no es un trabajo ni los días hábiles ni los días feriados, no es un trabajo en lo más mínimo; es una semipasividad análoga a la del paciente en la mesa de operaciones o en el diván del psicoanalista, que no obstante le tiene preparadas todo tipo de emociones violentas y contradictorias. El autor que se encuentra cara a cara con una de sus páginas traducidas en una lengua que conoce, se siente, por turnos o de una sola vez, halagado, traicionado, ennoblecido, radiografiado, castrado, pulido, violado, adornado, asesinado. Es raro que permanezca indiferente respecto al traductor, conocido o desconocido, que ha metido las narices y los dedos en sus entrañas: de buena gana le mandaría, por turnos o de una sola vez, su corazón decorosamente empacado, un cheque, una corona de laureles o sus testigos para el duelo".

Fuente: Primo Levi. Le métier des autres. Notes pour une redéfinition de la culture (Traducido del italiano por Martine Schruoffeneger), Gallimard, Paris. [La traducción es mía]

Nota: Como podrán darse cuenta, les he presentado una traducción de una traducción. Pero bueno, yo conocí este texto de Levi gracias a su traductora al francés. Y como decía Borges: "quizá llegue el momento en que una traducción llegue a ser considerada como algo en sí misma".


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