(Prefacio de la próxima entrada)
Mi intención era escribir una entrada sobre mi visita de ayer al centro histórico de nuestra ciudad, pero hubo un percance (derivado de una compra pirata que hice ayer en el centro) que me absorbió por más de veinte horas. En resumen: compré la versión 8 de Adobe Professional para, por fin, poder abrir pdfs desde Firefox. Por razones que me da flojera explicar, no me sirvió y tuve que buscar el torrent, y cuando lo instalé empezó a salir un error que no me permitía terminar la instalación. El problema es que no sólo no pude instalarlo sino que además me desinstaló la versión anterior de Adobe, incluido el Reader. O sea que además de quedarme como el perro de las dos tortas, ¡ya ni siquiera podía leer pdfs en mi compu! Como mi segundo nombre es obstinación, me puse a investigar y resulta que ese error no tiene nada que ver con los piratas, ¡sino con Adobe! Encontré foros donde la gente, igual o más debrayada que yo, hablaba del mismo problema. Una persona, de plano, decía que si no solucionaba el problema antes de su junta de trabajo, se iba a lanzar del puente en el estacionamiento de las instalaciones de Adobe, pues su carrera estaba arruinada. Me dio mucha risa su comentario, pues a pesar de ser una exageración, entendí perfectamente su desesperación. Lo peor del caso es que Adobe ni siquiera les advierte a los usuarios sobre el problema en su página web. Simplemente ha dejado a miles de personas, entre ellas muchas que sí tienen una copia original, a la deriva y a que se las arreglen como puedan. En fin, para no hacerla larga, después de mucho insistir, no me pregunten cómo, logré sortear la falla e instalar el dichoso programa. Como con esas cosas uno nunca sabe, no canto victoria. Pero, por lo pronto, está funcionando perfectamente.
Lo que se me hace increíble es la cantidad de horas que podemos perder en la computadora con ese tipo de detallitos, sobre todos quienes somos tan excesivamente obstinados (me debería calmar, lo sé). Y lo que me parece espeluznante es que nos hayamos vuelto tan dependientes de la tecnología, al grado de que nos trastornemos de ese modo por ese tipo de problemas. Es realmente absurdo. Por eso me conmovió tanto la exposición que vi ayer.
Mi intención era escribir una entrada sobre mi visita de ayer al centro histórico de nuestra ciudad, pero hubo un percance (derivado de una compra pirata que hice ayer en el centro) que me absorbió por más de veinte horas. En resumen: compré la versión 8 de Adobe Professional para, por fin, poder abrir pdfs desde Firefox. Por razones que me da flojera explicar, no me sirvió y tuve que buscar el torrent, y cuando lo instalé empezó a salir un error que no me permitía terminar la instalación. El problema es que no sólo no pude instalarlo sino que además me desinstaló la versión anterior de Adobe, incluido el Reader. O sea que además de quedarme como el perro de las dos tortas, ¡ya ni siquiera podía leer pdfs en mi compu! Como mi segundo nombre es obstinación, me puse a investigar y resulta que ese error no tiene nada que ver con los piratas, ¡sino con Adobe! Encontré foros donde la gente, igual o más debrayada que yo, hablaba del mismo problema. Una persona, de plano, decía que si no solucionaba el problema antes de su junta de trabajo, se iba a lanzar del puente en el estacionamiento de las instalaciones de Adobe, pues su carrera estaba arruinada. Me dio mucha risa su comentario, pues a pesar de ser una exageración, entendí perfectamente su desesperación. Lo peor del caso es que Adobe ni siquiera les advierte a los usuarios sobre el problema en su página web. Simplemente ha dejado a miles de personas, entre ellas muchas que sí tienen una copia original, a la deriva y a que se las arreglen como puedan. En fin, para no hacerla larga, después de mucho insistir, no me pregunten cómo, logré sortear la falla e instalar el dichoso programa. Como con esas cosas uno nunca sabe, no canto victoria. Pero, por lo pronto, está funcionando perfectamente.
Lo que se me hace increíble es la cantidad de horas que podemos perder en la computadora con ese tipo de detallitos, sobre todos quienes somos tan excesivamente obstinados (me debería calmar, lo sé). Y lo que me parece espeluznante es que nos hayamos vuelto tan dependientes de la tecnología, al grado de que nos trastornemos de ese modo por ese tipo de problemas. Es realmente absurdo. Por eso me conmovió tanto la exposición que vi ayer.
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