lunes, 29 de septiembre de 2008

Gentilicios despectivos

El otro día Hugo publicó en su blog un video de un sketch de Monty Python en el que se usan unos términos étnicos peyorativos. Le comenté que en inglés existen cientos de gentilicios despectivos, casi casi uno para cada pueblo o grupo étnico. Llevo un par de años haciendo un glosario de este tipo de términos, que he aprendido a través de los textos que he traducido y de las películas que he visto. Aquí lo comparto con ustedes:

Boche. Alemán (Este lo aprendí primero en Francia donde también les llaman así a los alemanes. Desconozco el origen, pero sí sé que del francés pasó al inglés).

Bohunk. Inmigrante de Europa del Este.

Cracker. Se usa sobre todo en el sur de Estados Unidos para referirse a los campesinos blancos pobres.

Greaser. Mexicano

Guinea. Italiano

Hymie. Judío.

Kraut. Alemán

Limey. Inglés

Mick. Irlandés

Nip. Japonés

Polack. Polaco

Redneck. Campesino sureño pobre.

Russki. Ruso

Sand coon. Árabe (coon es un término muy ofensivo para negro; sand significa arena).

Spic o spik. Latinoamericano

Squaw. Mujer nativo americana

Wop. Italiano

Yellow. Persona del este o sudeste asiático (en referencia al “color amarillo” de la piel).

Existen más términos, pero estos son los que tengo hasta ahora en mi glosario. La mayoría son muy ofensivos por lo que el diccionario de Encarta pone sus famosas advertencias para poder consultar su significado.

El hecho de que en español (al menos en el de México) no tengamos tantos gentilicios despectivos no significa que nosotros no seamos racistas. Significa, más bien, que no hemos tenido tanta convivencia con inmigrantes de otros países, como ha sido el caso de nuestro país vecino que es un crisol de culturas y etnias. Después de todo, nosotros sí tenemos algunos gentilicios despectivos como gringo, gachupín (español), gabacho (estadounidense) y franchute (francés). ¿Y qué me dicen de nuestros amabilísimos gentilicios regionales como pipope y codomontano*? Si nosotros no cantamos tan mal las rancheras**.

* Pipope es un término muy ofensivo que usamos los mexicanos para referirnos a los habitantes del estado de Puebla. Se trata de un acrónimo de “pinche poblano pendejo”. Codomontano es un término despectivo para referirse a los regiomontanos, es decir, los habitantes de la ciudad de Monterrey (codo es un coloquialismo mexicano para tacaño).

** “No cantar mal las rancheras” es una expresión que significa “no quedarse atrás en cuanto a alguna habilidad o característica poco recomendable”.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Poema de pronunciación

Como bien lo dijo Aurelio en los comentarios de la entrada pasada, las incertidumbres sobre cómo se pronuncia lo escrito, o cómo se escribe lo dicho, son mucho mayores en otros idiomas. En inglés, es un verdadero quilombo (ya me gustó la palabra --deberíamos adoptarla en México).

Para muestra, un botón. Aquí les pongo un poema que un amigo acaba de publicar en su blog justo esta semana. No se sabe bien quién es el autor del poema, pero según mi pesquisa se le ha atribuido a George Bernard Shaw y más comúnmente a un tal TSW. Abajo les pongo el audio para que lo escuchen a la vez que lo leen.

Pronunciation Poem

I take it you already know
of tough and bough and cough and dough?
Others may stumble, but not you,
on hiccough, thorough, laugh and through.
Well done! And now you wish, perhaps,
to learn of less familiar traps?

Beware of heard, a dreadful word,
that looks like beard and sounds like bird.
And dead -- it's said like bed not bead --
and for goodness' sake don't call it deed!
Watch out for meat and great and threat
(They rhyme with suite and straight and debt)

A moth is not the moth in mother,
nor both in bother, broth in brother.
And here is not a match for there,
nor dear and fear for bear and pear.
And then there's dose and rose and lose --
just look them up -- and goose and choose,
and cork and work and card and ward,
and font and front and word and sword,
and do and go and thwart and cart --
come, come I've hardly made a start.
A dreadful language? Man alive.
I'd mastered it when I was five.






Fuente del audio: Forgotten Classics

lunes, 22 de septiembre de 2008

Una letra, cuatro sonidos

No pude acordarme del chiste que me contó mi profesor de la maestría, en el que un turista español se confunde con la equis y cada vez que se sube a un taXi no puede atinarle a la pronunciación de la calle a la que se dirige. Pero no es necesario recordar el chiste. Basta con que vean los diferentes sonidos que tiene la equis en México para que se imaginen la confusión del pobre turista hipotético:

Xola, Xoco = Shola, Shoco
Xochimilco, Xochicalco = Sochimilco, Sochicalco
Xico, Xalapa = Jico, Jalapa

También cuando la equis es intervocálica es un quilombo (como diría e.r.):

Texas, Oaxaca = Tejas, Oajaca
Necaxa = Necaksa
Axiote = Ashiote

Y cuando viene sucedida de una consonante, ni se diga:

Atlixco, Texcoco = Atlisco, Tescoco
Ixtapa, Nixtamal = Ikstapa, Nikstamal
Uxmal = Ushmal

En resumen: Es todo un lío y hay que vivir en México para saber cómo se pronuncia la x en cada caso. Y luego, ni así... Por ello, no se sorprendan si conocen a un mexicano que no sabe bien cómo pronunciar xenofobia y xilófono.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Fetichismo a la meXicana

Para seguir, o más bien terminar –no vaya a ser que los aburra–, con los temas ad hoc a las fiestas patrias, hablaré de otra de las “rarezas mexicanas”, quizá la rareza por excelencia. ¿Por qué escribimos México y no Méjico?

Si bien el Diccionario Panhispánico de Dudas (2005) recomienda la grafía México para este topónimo, hay algunas personas (generalmente, pero no siempre, españolas) que insisten en usar Méjico. Entre ellas está Manuel Seco, miembro de la Real Academia Española, que en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española señala lo siguiente:
“Se trata de un arcaísmo ortográfico semejante al de escribir Jiménez en la forma Ximénez y Jerez en la forma Xerez. Lo más recomendable es escribir Méjico y extender esa j a todos los derivados de ese nombre. La grafía con x puede dar lugar, como ocurre con cierta frecuencia, a que los locutores ignorantes digan /méksiko/ y /meksikano/”.
Me parece un tanto exagerada la observación de que sean tan frecuentes los “locutores ignorantes que pronuncian méksiko”, sobre todo en esta época y entre hispanohablantes. Que los extranjeros lo pronuncian así en sus lenguas es muy cierto, pero las recomendaciones que se hacen en un diccionario de dudas sobre una lengua son para los usuarios de esa misma lengua y no para los de otra. En lo que no exagera el Sr. Seco es en decir que el uso de la equis en este topónimo es un arcaísmo ortográfico. Veamos por qué.

En la Edad Media, la grafía x representaba un sonido palatal fricativo sordo, cuya pronunciación era muy similar a la sh inglesa o ch francesa actuales. De este modo, palabras como dixo (hoy dijo) o traxo (hoy trajo) se pronunciaban /disho/ o /trasho/. Ese fue el estado de la lengua española hasta el siglo xvi. Por eso el conquistador y colonizador español escribió con x el nombre de México, que los aztecas pronunciaban con sh.

Al mismo tiempo, por influencia culta, fueron entrando en el español una serie de latinismos con x, pronunciados a la manera latina (examen, etc.). Había así en la escritura española dos equis: una, de las voces patrimoniales, pronunciada como sh, y otra, de los cultismos latinos, como ks o gs. Nebrija, partidario de un signo para cada sonido, quería que el sonido español nuevo se representara con una x con tilde (que no les puedo mostrar aquí porque no la encuentro en los símbolos de Word), para diferenciarlo de la x latina que él pronunciaba a la española, con s (esamen, estraño, etc.). Pero a fines del siglo xvi esa x=sh se confundió en la pronunciación con la j (que hasta entonces era como la j francesa) y pronto aquella x y esta j se empezaron a pronunciar con el sonido velar o aspirado de la jota actual.

Sin embargo, como señala el filólogo venezolano Ángel Rosenblat, la pronunciación cambia y la letra queda. A pesar del cambio de pronunciación se siguió manteniendo la vieja grafía, con frecuentes confusiones. En el siglo xvii hubo quienes quisieron simplificar la ortografía y propusieron la supresión de la j y su sustitución por x: xusticia, xactancia, Xeremías, viexo, etc. Pero no faltaron quienes se indignaron de que se quisiera desterrar la j por un signo vil como la x, al que se le atribuía un vergonzoso origen morisco. Así, la ortografía española vaciló entre la x y la j hasta que apareció la Academia.

El Diccionario de Autoridades (1726-1739) impuso la x con criterio etimológico (de x latina o de s árabe) en las voces vexación, relaxación, exemplo, perplexo, etc., porque “no había motivo para desfigurarlas escribiéndolas con j”. Y como también restableció con criterio etimológico la x de los latinismos (examen, extraño, etc.), había en el sistema académico dos equis: una pronunciada como j y otra como ks o gs. Para evitar confusiones, la Academia misma decidió, en 1741, poner en los cultismos con x un acento circunflejo, pero no en la x misma sino, por comodidad tipográfica, en la vocal siguiente: exâmen, exêquias, exûberante.

A pesar de las continuas confusiones ortográficas, el criterio etimologista de la Academia se prolongó hasta comienzos del siglo xix. Finalmente, en 1815, considerando que cada sonido debe tener un solo signo que le represente y que no debe haber signo que no corresponda a un sonido o articulación particular, adoptó el criterio actual: reservó la x para los latinismos que se pronuncian gs o ks, y escribió j cuando se pronunciaba j.

La misma corriente ortográfica triunfó en el territorio mexicano independiente, pero según Rosenblat los nombres propios son más conservadores que las palabras corrientes. Y más que los nombres mismos, las letras de los nombres. Todavía queda por ahí algún Xavier y alguna Ximena, aunque Ximénez, que antes se pronunciaba con sh, sea hoy Jiménez (y hasta Giménez). En el siglo xix era frecuente que muchos mexicanos escribieran Méjico, y hasta Mégico. El historiador Lucas Alamán, por ejemplo, adoptó sistemáticamente la g en sus Disertaciones sobre la historia de la República Megicana, volúmenes I y II. Pero al publicar el volumen III se pasó a la j, por acatamiento de la ortografía académica. Sin embargo, en el territorio mexicano prevaleció el uso de la equis. Y, poco a poco, la antigua grafía México se transformó en una bandera, en una especie de rasgo de personalidad nacional. Incluso hay quienes ven en ella un signo indígena diferenciador: la fidelidad a la vieja tradición azteca. Lo que esas personas olvidan es que la escritura náhuatl era pictórica, por lo que darle reivindicaciones indigenistas a la x es absurdo.

No obstante, la equis se ha convertido en una bandera de identidad nacional mexicana, así como la eñe para los españoles (sobre esa letra, les recomiendo esta entrada que publiqué hace unos meses). Al final, como cada quien es dueño de su nombre, tiene derecho a escribirlo como le venga en gana. Esa debe de ser la razón por la que la Real Academia terminó cediendo y aceptando la grafía México. El mismo Seco dice “México es la grafía oficial que los mejicanos han querido dar al nombre de su nación y que, a petición suya, se ha extendido en el uso de todos los demás países hispanoamericanos". Lo más curioso es que los mexicanos solemos ver la grafía Méjico como un símbolo de conservadurismo hispanizante, cuando lo arcaico y conservador es más bien la permanencia de esa equis en el nombre de nuestro país. Ángel Rosenblat piensa que el uso de esa x es una fidelidad a medias a una forma tradicional: fidelidad a la letra, pero no a la pronunciación. Y concluye diciendo que la conservación de la equis de México no es más que un caso evidente de “fetichismo de la letra”.

martes, 16 de septiembre de 2008

La plaza con nombre de pedestal

Hoy festejamos el 198 aniversario de la Independencia de México. Como ya lo he dicho aquí, no soy patriota y soy, más bien, vexilofóbica. Pero eso no impide que aproveche las fechas para hablar de temas que vienen a cuento. El otro día, un amigo mío, me preguntó si sabía por qué las plazas públicas en México se llaman zócalo. Es una buena pregunta porque, como muchos de ustedes sabrán, zócalo es un término de arquitectura y no tiene nada que ver con plazas públicas. La palabra viene del italiano zòccolo y, según el DUE, es la “parte inferior del exterior de un edificio, que se distingue del resto por ser de diferente construcción o más saliente, la cual sirve, por ejemplo, para elevar el nivel del primer piso o para nivelarlo cuando el terreno sobre el que se construye es más alto por un lado que por otro”. También puede referirse a un elemento de una construcción que sostiene una o más columnas, es decir, a un pedestal. Pero entonces ¿por qué en México se les llama así a las plazas principales de las ciudades?

Resulta que en 1843, durante uno de los tantos periodos presidenciales de Santa Anna, se pensó edificar un gran monumento dedicado a los héroes de la independencia en el centro de la Plaza de Armas de la ciudad de México. Sin embargo, debido al poco presupuesto y a la inestabilidad política que caracterizó a la época, el proyecto quedó inconcluso. Lo único que se alcanzó a construir fue la base o zócalo sobre el cual se colocaría el monumento. Esta zócalo permaneció en la plaza durante mucho tiempo, y por costumbre popular terminó dándole su nombre a la plaza. Supongo que después el nombre Zócalo se generalizó para designar a la plaza principal de cualquier ciudad de México, pues incluso el DRAE ya lo consigna así en su quinta acepción.

Como dato curioso añadiré que el nombre oficial del Zócalo es Plaza de la Constitución, pero no en alusión a alguna de las Cartas Magnas que México ha tenido desde la Independencia como podría pensarse, sino a la constitución española firmada por las cortes de Cádiz en 1812.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Green go home!

Hoy se conmemora en México el día de los Niños Héroes, seis cadetes militares que murieron defendiendo el castillo de Chapultepec durante la invasión estadounidense en 1847. Mucha gente ha querido ver en esa guerra el origen del adjetivo gringo que los mexicanos, y los latinoamericanos en general, usamos para referirnos a los naturales de Estados Unidos. Sin embargo, todas las versiones que existen acerca del origen del gentilicio no son más que mitos lingüísticos. Hoy es un buen día para aclararlo.

Como suele ocurrir con la etimología popular, existen diversas leyendas que se mezclan entre sí: por lo general, hay dos o tres tramas que intercambian la fecha, los protagonistas o el escenario. Una de las leyendas señala que durante la guerra de 1846-48, a los soldados estadounidenses les gustaba mucho cantar una canción, basada en un poema de Robert Burns muy popular en aquella época, cuyo estribillo decía: “Green grow the rushes, O” (en versiones alternativas el estribillo es “Green grow the lilacs”). Según esta teoría, los mexicanos, hartos de escuchar una y otra vez la misma canción, empezaron a llamar a los estadounidenses “green grows”, expresión que eventualmente se convirtió en gringos. En una variante de la leyenda, no eran los yanquis quienes cantaban la canción, sino los voluntarios irlandeses en el ejército de Bolívar, treinta años antes.

La segunda teoría es que el adjetivo viene de las palabras inglesas “Green go”. Para esta leyenda existen tantas versiones como personas las cuenten. Una de ellas señala que en la Batalla de Álamo, en 1836, los mexicanos les gritaban “green go!” (verdes, ¡váyanse!) a los soldados estadounidenses que vestían con un uniforme verde. A veces el Green no corresponde al color del uniforme de los soldados, sino al apellido de un general estadounidense. También hay variantes en las que el escenario no es la Guerra México-Estados Unidos, sino las compañías bananeras de Centroamérica o las compañías petroleras de México, y Green es el apellido de un capataz déspota al que le gritaban “Green Go Home!” (Green, ¡vuelve a casa!).

En otra versión de esta segunda teoría, los batallones de Estados Unidos se identificaban mediante colores (verde, azul, rojo, etc.). En el campo de batalla el comandante del batallón verde gritaba “Green go!” para exigirles a sus soldados que avanzaran. Los mexicanos imitaron burlonamente el grito del comandante y empezaron a llamar gringos a sus enemigos.

En su Curso de lexicología, Luis Fernando Lara relata otra leyenda: la palabra gringo nació durante la invasión estadounidense de 1847, porque los soldados animaban a sus caballos a comer el pasto verde diciéndoles: ¡green go! (como si un caballo necesitara que lo animaran a comer).

Como verán existen cientos de versiones, y quizás alguno de ustedes conoce otra (en ese caso, me encantaría leerla). Pero --desafortunadamente para quienes les encantan esas historias-- ninguna es cierta. Corominas demuestra que gringo ya se usaba en el sur de España desde el siglo xviii para denominar a los extranjeros, como modificación fonológica de griego, pues “hablarle a uno en griego” quería decir “hablarle en una lengua incomprensible” (como hoy decimos “hablarle a uno en chino”). Por eso en Argentina se llama así a los extranjeros y, en México, se ha especializado para los estadounidenses.